España, una corrupción de novela

Debería ser ficción, siempre debería ser sólo ficción. A la corrupción me refiero, a esa plaga que corroe lo que tendría que ser sagrado, el alma de un pueblo siempre debería ser sagrada, y cuando un alto cargo de un estamento público o gubernamental deja entrever que nada se respeta, que todo vale, que la ley no es como se supone que debería y que sólo basta un mentiroso con don de gentes, ambición y pocos escrúpulos para que todo empiece a oler mal, es que realmente ya todo está podrido. Pues cuando el que debe dar ejemplo, el que está en la cima de la pirámide, antepone su interés al bien de los demás el mal se expande como una gota de cicuta en una copa de vino. 

El mundo no entiende que lo fácil nunca es bueno, que los cantos de sirena conllevan la locura y que si te susurran al oído mieles de buena vida sin esfuerzo, de dinero sin sacrificio, es que tras esa melodía siempre está el diablo de la riqueza de uno y la desgracia de muchos. En mi novela es un ministro, y en la realidad parece que también uno lo es, y la mujer del presidente, y el amigo de, y un tal Rubiales que niega estar con putas en entrevistas con la misma pasión que se agarraba sus partes en un palco presidencial celebrando un gol. Y escuchas a unos y otros, los que atacan sin razones y los que defienden lo indefendible, armándose todos de una verborrea universitaria con alma de taberna, alzando la voz, más alto, que en España hace tiempo que el panem et circenses es lo que enardece a la plebe. La verdad es lo de menos, los valores, el honor, el servicio al ciudadano, la defensa de lo bueno, de lo tuyo, de todo lo que debería ser sagrado, de todo lo que nos hacer ser libres. 

En los libros, los psicópatas, los villanos y los corruptos son necesarios, en la realidad no, aunque lamentablemente están, y estarán hasta que el mundo que nos soporta con paciente estoicidad decida que hasta aquí hemos llegado, o llegue ese meteorito del que tanto hablan los irónicos y nos vayamos a tomar por el culo. Pues hasta ese momento son y serán muchos los dispuestos a meter la mano en bien ajeno, o los que después de recibido lo suyo se mean en el plato del que le da de comer. Como en las novelas. Sin embargo, en las novelas siempre sobrevuela la esperanza del heróico protagonista, del dispuesto a darlo todo por causas mayores y bienes comunes, convirtiéndose en el estoque de los desvalidos y los miserables, los que ya ni alzan la voz o no pueden porque les han robado las fuerzas. No, querido lector, la realidad no se maneja en esos términos, en la sociedad que vivimos el villano siempre gana, porque todos somos tan egoístas como él, quizá no tan despiadados, o con más escrúpulos, quizá con bondad en el corazón, pero con un sentimiento de supervivencia malentendido que hace que creamos fervientemente que es mejor no perder lo poco que nos queda, aun a costa de seguir perdiendo, que arriesgarlo todo por lo que es realmente justo. Y en esas, amigo, en esas el villano y el corrupto tienen todas las de ganar. 

¿Alguna vez has pensado qué pasaría si se tirara de la manta en cada ayuntamiento de cada localidad, por pequeña que fuera?, si llegaran gentes dignas con ganas de levantar las vergüenzas, de ponerles nombre y apellidos, y cifras, para que el mundo los vea. Y que la justicia, si es que todavía sigue viva ante esta decapitación inclemente de todo lo que puede poner freno al mal, decida caer sobre ellos con el peso que le intuye el ciudadano honrado, ese que brega con todo, soportando tan fuerte y resignado como Atlas. ¿Lo imaginas?, sería como en las novelas. 

 

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Pues está invitado a continuar leyendo, pero ahora en mi libro, una historia en la que la corrupción también hace acto de presencia. Un ambicioso que cree que puede coaccionar a los poderosos, un aspirante que está dispuesto a todo por llegar a la cima, unos patriotas del ejército que consideran que hay mejores formas de preservar lo que un día fue. 

Pero no sólo eso, un asesino en serie que es demasiado importante y unos policías honestos dispuestos a darlo todo por hacer cumplir la ley. 

En definitiva, sólo me queda darle las gracias si ha llegado hasta aquí, y volver a invitarle a comprar mi novela, que no será un best seller, pero se lo hará pasar realmente bien. 

Hasta la próxima

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