Carta abierta del narrador omnisciente a sus lectores

Buenas tardes, amables lectores,

Permítanme presentarme. Yo soy el narrador omnisciente. He venido hoy a exponerles y defender mi caso personal para que, de una vez por todas, juntos podamos desanudar malentendidos, clarificar confusiones y claudicar estereotipos que han
estado asociados a mi ser desde los tiempos en que la literatura era mero panfleto religioso.
Muchos de ustedes que me conocen y han convivido conmigo pasiones artísticas, admiran mi condición de sabelotodo; se asombran con mi habilidad de comunicarles hasta el más mínimo detalle a lo referente a sus historias, sus entornos y sus personajes, de cuyos pensamientos y emociones también me apodero. Entiendo la maravilla que este don causa desde un punto de vista de un observador externo. La idea de gozar de mi poder, sin duda, sería candidata a uno de los tres posibles deseos que algún afortunado le pediría al genio de la botella. Pero un acercamiento más profundo a mi oficio, les hará descubrir que, lejos de ser admiración el principal sentimiento que mi sapiencia les despierte, en realidad, es a la compasión a la que deberían de apelar.

Del mundo del “Eureka!” me bajo invocado por la encendida idea de un autor quien bien puede estar en su sano juicio, que raramente es el caso, o por aquel quien te hace cómplice de sufrir sus crónicas o ficticias afecciones: depresión, adicciones, epilepsias, crisis existenciales, problemas maritales, despechos sentimentales, en fin, un rango extenso de síndromes, fobias y achaques.

La cosa empieza como la vida misma. 

El autor sueña su idea. Yo armo las palabras para la historia, le dicto los recovecos narrativos y me activo en su alma para moverle la pluma. Muchas veces es divertido el viaje, no lo niego, pero los descalabros son harto más numerosos y frecuentes que los alivios.

Verán, ¿tienen ustedes una idea de lo enloquecedor que resulta escuchar los ecos de tantos pensamientos, exclamaciones y murmullos lanzados al unísono con diferentes tonos y humores ? Vaya, ni a la más crónica de las esquizofrenias le acecha tal bombardeo. Claro que tengo la habilidad de filtrar entre tanta interferencia la voz que debe salir a escena, pero la distracción me hace caer en contradicciones y… en un de esos errores… ¡caramba! yo mismo narro mi propio ocaso a manera de esquela literaria. 

Entrando al meollo del asunto, les digo que no solo me dedico a la narración de sucesos y emociones sino que también éstos son absorbidos por mi propia esencia. Sí, como lo oyen. Lo que usted lee yo ya lo existí, ya lo sufrí, ya lo disfruté, ya lo morí. La vida de cada personaje es mi vida, el llanto de cada mirada salió de mis propios ojos. Al narrar un pasaje tétrico, siento y provoco ese terror que nos paraliza bajo las cobijas, soy fantasma y poseído; si les cuento los sucesos de un crimen, soy víctima y verdugo, muero y decapito. No faltará el morboso que se obsesione creyendo que alguno de mi estirpe de narradores gozó como nadie de las novelas románticas subiditas de tono. Están en un gran error. No es lo mismo leerlo que sufrirlo. Hoy, estás abajo; y mañana, bueno, más bien… y al mismo tiempo, estás arriba. El desgaste es inhumano. 

Carta del narrador omnisciente al lector, por Juan Carlos pozo Blok
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Aunque, les diré que frecuentemente los personajes se rebelan y agarran por otro camino. No lo puedo evitar, adquieren vida propia. Sé que son sabios, pues han adquirido, con el correr de los capítulos, su propia conciencia. Yo los observo, medito la lógica de sus inferencias y les permito voluntad de movimiento. Sin embargo, la última palabra la tengo yo…. Aunque claro, sin traicionar la esencia del personaje. 

¿Se imaginan ustedes las fiebres que debió de haber pasado mi colega de oficio con el sufrimiento de Efraín ante su obsesión por María? ¿O lo que pasó aquel camarada, sintiendo la tortura de los celos, sumergido en el Túnel mental en que se encontraba Juan Pablo por la indiferencia de la señorita Iribarne? ¿O qué tal sentir cómo se va metiendo en los huesos el terror que mató a Juan Preciado mientras Dorotea (o sea, yo también), le narra, a un lado de su tumba, los pormenores de la vieja Comala, la gloriosa? Una labor capítulo a capítulo, desgastante, amigos, enfermiza, que lo deja a uno sin ganas de jamás volver a responder a una invocación, como a tantos autores les pasó por lo intenso de su última obra. No saben del deterioro de energía que sufrimos nosotros, los narradores omniscientes. Con las historias de enamorados, por ejemplo, donde hay tan solo una obsesión fija que paraliza el atrevimiento, sucumbimos ante la imagen de un amor imposible asomándose por el balcón de un castillo construido en el aire. El estiramiento de esa ansiedad, compañeros, va hasta el reviente. ¿Comprenden?

Claro que uno se recupera de las caídas naturalistas con alguna fabulilla divertida o el final feliz de un cuento de hadas; pero hasta en eso, nos toca sentir la humillación pública de perder con el más lento, ahogarnos por querer devorar el queso que reflejaba la luna en el lago o morir sintiendo el veneno de amor correr por una joven y lozana garganta. No hay salida: Me animan los triunfos y finales felices y me enferman las muertes, las penas y los conflictos. Desgraciadamente no fui guionista de cine, pues ese es un arte que frecuentemente acaba sus historias con el ánimo por nubes que flotan bajo un sol sonriente. Pero, ¿en Literatura? ¡Qué va! Puras tragedias y desengaños, locura y muerte. 

Les cuento esto, amable audiencia, para que al escribir yo sus historias, sepan que estaré viviendo, disfrutando y sufriendo lo que ustedes deseen contar o disfruten leer. Les traeré a sus aventuras un mundo omnipresente para que se diga el cuento en toda su redondez. Sepan que si lloran o rien no están solos, ya alguien ha llorado y reído y vuelto a hacerlo con ustedes. Ténganme compasión y denme su aliento. Soy el personaje que son todos y en incontables ocasiones también he sido solamente ustedes. Es una fuente inagotable de experiencias y conocimientos. Pero si no me leen, no existo… soy don Nadie… la emoción se me vuelve estéril y mi oficio acaba en extinción. Aguanto hasta la muerte y la tortura, amigos, ustedes lo han constatado, créanme… soy indestructible a los lectores. Solo hay dos armas que me aniquilan para siempre y que cada vez las veo más próximas a explotar: el olvido y el desinterés: Acompáñenme a no sufrir esta condena. Leamos y preparémonos a vivir la emoción de mundos creados con vida propia. El viaje es tormentoso, pero juntos, siempre saldremos a puerto seguro.

Su amigo y confidente,

El narrador omnisciente.
Pd. Acuérdense que ya sé lo que piensan.

¿Le ha gustado el artículo sobre el narrador omnisciente?

Pues está invitado a continuar leyendo, pero ahora en mi libro, una historia de amistad y camaradería, de inmigración, sacrificio y superación. Una historia que se bebe de un trago o saboreando, como el mezcal, con la sensación ácida del jugo de lima que a veces lo acompaña, o con el más suave dulzor de la naranja. 

Cuénteme, compadre es fuerte, en ocasiones las historias que acompañan a sus protagonistas queman igual que el pasar de la bebida espirituosa por el gaznate, pero dejan buen sabor y ganas de más. Mas siempre con precaución, no se vayan a emborrachar de mis letras, que es mi deseo que sean compañeros en muchas más.

Muchas gracias, por tanto, y con humildad, por dedicar su tiempo a leer este artículo, y mi abrazo cariñoso y sincero si, además, le ha dado una oportunidad a mi libro. 

Hasta la próxima. 

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