Así como solo la nostalgia les puede devolver algo de vida a aquellas labores que han pasado a ser oficios extintos: telefonistas, serenos, pregoneros, mecanógrafos o ascensoristas, así también el mundo de ciertas disciplinas está, a estas alturas, en peligro de correr la misma suerte, de ser mera anécdota, de presumir que un abuelo fue el último de esos mohicanos, de entretener audiencias en documentales especializados, en fin, de terminar siendo piezas de museo enterradas por la modernidad.
Hay que ir con los tiempos, mi amigo, y adaptarse a comprender a las nuevas generaciones, dicen unos; otros, se resignan a ser rebasados por los cambios y para todo le piden ayuda a los nietos; y los más, son orillados a la reacción inmediata y al estímulo pasajero por un sistema que prioriza la rapidez de contenido a la contemplación del paisaje, la impulsividad de la tripa a la cautela del intelecto y al grito arrancado a un suspiro de amor. Es un sistema el de las redes sociales que empuja a perder sensibilidad o peor, interés, ante las muestras sublimes del arte.
Les aclaro que esto es una percepción solamente, esperando fervientemente que no sea una visión futura o universal.
Hay materias escolares que si hoy dia no están en peligro de extinción, sí lo está la forma de presentarlas. Y no hablo de aquellas que ya pasaron a llenar el baúl de los recuerdos, tales como la Mecanografía, el Embobinado de Motores, el Civismo (tan necesario en la sociedad), la madre Filosofía, sus hijas la Ética y la Lógica, y muchas otras. Me refiero a otras que han nacido paralelamente al nacimiento mismo de la escuela.
Muchos dirán que hablo de la música, ancestra de la palabra e hija predilecta de la antigua y moderna escuela. Además, en estos tiempos, en cuanto un distrito quiere cortar presupuesto, la primera chiva expiatoria es la música y en general las artes, sublime formadora del alma.
No.
Estoy hablando de una materia que no ha faltado en cada escuela ni en cada época. La literatura: el arte de la palabra escrita.
Y es que…
¿De qué me sirve un arte si no hay quien lo aprecie? El mejor “slider” del mundo (¿se acuerdan de Bob Gibson o Randy Johnson?), es tan solo una pedrada si no hay nadie del otro lado que la atrape o la regrese, si la bola pasa silbando el plato solo para estrellarse en la barda. Con el bateador, el lanzamiento se vuelve arte.
No tengo duda, mi experiencia de tanto tiempo de maestro me avala, que cada vez las generaciones pasan menos tiempo concentrados en la buena lectura. Han crecido en un ambiente donde se leen cinco palabras, se reacciona y se responde con un emoji.
La variedad creativa individual se ha perdido por la obsesión de buscar atajos para percibir lo que nos gusta, por no darnos tiempo a que se vaya cultivando el aprecio, el amor, la amistad. Se ha acribillado la diversidad y la originalidad en aras de la eficiencia mercantil.
Vayan tantito para atrás en el tiempo y revisen la música de los 80’s y 90′ s como ejemplo de lo que digo. Era un río de un caudal inagotable de creación artística y diversidad musical. Una época en que las bandas se morían por tocar en lugares concurridos, aunque fuera por un pedazo de pizza y una cerveza, para ofrecer música completamente original. Así, adonde fueras, te topabas con fantásticas presentaciones en vivo. Grandes talentos aparecían en el escenario incluso del pueblo más chico. Las bandas tenían la posibilidad de ser reconocidas en su asteroide local y la esperanza de un lanzamiento mundial. Las bandas producían música original para un público acostumbrado a recibir estímulos artísticos de todas clases y colores. Las estaciones de radio eran diferentes no solo en cada estado, sino en cada poblado y las programaciones diferían de un condado a otro. Se surtían las comunidades de sus propios artistas, que eran talentosos y apasionados. Cada esquina tenía su ambiente peculiar.
El país y el mundo vivió dos décadas de un renacimiento de creatividad musical (surgido después de la muerte del Disco) y yo fui testigo de su ocaso, de la parte final de su Siglo de Oro. Fue a mediados de los noventas cuando el mercado de la música cambió para siempre. Primero la gente dejó de comprar CDs, pues descubrió cómo bajar canciones gratis; luego, se resignó a que todo lo que había bajado en su aparato, se oía exactamente igual, el gusto por el arte y su diversidad estaba siendo sacrificando para alegrar a un mercado de gusto moldeado y homogéneo.
Grabar un disco en ese entonces, era una idea muy romántica y excesivamente cara. Milagroso resultaba ser aceptado para grabar en una disquera, industria corrupta y negocio de innumerables intermediarios. Desde el baterista de estudio, hasta los amplificadores Marshall que se alquilaban para la grabación, todo costaba por hora y caro. Había demasiadas manos en esa consola y una vez repartida las regalías entre ellas, al músico solo le quedaba al final para sus chicles. Grabar un disco bien producido no salía menos de 200 mil dólares y las disqueras se aseguraban de recuperarlo todo rápido. (Hoy haces una sinfonía con una aplicación que bajaste gratis y le llamas de tu autoría a una hecha con inteligencia artificial: Dos o tres notas… check. Medida… check. Estilo… check. Época… check, listo. Oprima aquí, y… ya está la sinfonía.)
Las bandas generalmente salían estafadas en las ventas de sus discos, aunque era en los conciertos donde estaba la papa del músico. Por eso era importante la radio local, que impulsaba a los nuevos valores. Uno podía mantenerse en el circuito musical, en el gusto de la gente, por largo tiempo. Nuestro calendario de tocadas con mi banda “Tocará”, por años estuvo lleno todo el año de jueves a domingo y solo abarcamos dos condados.
Durante esas décadas, las estaciones de radio locales tenían un poder muy grande en las decisiones de la programación y había estaciones para todos los gustos y algunas no tenían el temor de ser experimentales o alternativas. Las disqueras pagaban a los DJ’s porque pusieran las canciones de los artistas que ellos representaban. Luego esa práctica fue ilegal y nació el intermediario, el “manager” que era el punto de negociación entre la disquera y la estación de radio. Aun así, había oportunidad de oír por todos lados a artistas de todo tipo con música muy diversa y creativa. Yo viví con Tocará el final de esa época, cuando el presidente Clinton aprobó la ley de telecomunicaciones. Desde entonces la música se fue reduciendo en variedad y calidad hasta la completa muerte de la vieja guardia, debido a las formas de transmitirla y el dominio de las corporaciones.
Hoy, es una corporación la dueña de cientos de estaciones de radio por toda la nación y en alguna ciudad grande como Chicago o Nueva York acaso hay un encargado de programarla igual para todas las estaciones. Es mucho más barato y práctico tener un gerente nacional o regional encargado del contenido general a que cada poblado tenga su propio director de programación. Es decir, la radio se volvió un Safeway musical, donde el gusto del gerente y las presiones de los jefes han hecho de la programación un mercadito ralamente nutrido y homogéneo. Se manipula el gusto general. Un puede prender seis veces su radio a distintas horas y es común, que en esas seis veces, empiece a sonar la misma canción. Y las subsecuentes son tan parecidas a la primera que es difícil distinguirlas, demasiado producidas en estudio y con un mínimo de interpretación personal. Entonces aparecen artistas que no son famosos por su talento, sino por su empaque y etiquetado comercial, lo cual contribuye a desvirtuar la música en el gusto de la gente. Eso es lo que hay. Eso es lo que consume la población porque así es como está programado.
Siento que algo parecido va a pasar o ya está pasando con la Literatura. Al pasatiempo de tomar tu libro, sentarte en un lugar apropiado y leer por el gusto de hacerlo, le está surgiendo su nemesis: El meme social y su manera de lanzar mensajes.
A los escritores les está pasando lo que pasó con los músicos, los bajan para archivo propio, pero no los compran. Ya no sorprende que cierren bibliotecas, que haya menos librerías, que censuren textos o que no se hallen en las escuelas, que al mercado lo acaparen los audiolibros, que el estudiante encuentre mil formas de plagiar su documento o encontrar las respuestas sin analizarlas y sin haber leído una sola página de la asignatura.
Cada vez se lee menos literatura. Es un arte que requiere de una atención cultivada a través de la práctica y la experiencia y que hoy día ha perdido el fertilizante que lo hace germinar fuerte y frondoso: el lector.
Se pierde la palabra en videos cortos o en frases con foto. Quizás así haya que introducir el Quijote, en viñetas con encabezados chistosos, ilustrar con memes las redondillas de Sor Juana o presentar en historietas los cuentos de Rulfo adaptados al mundo del narco con lo menos de historia posible, pero abundante en sangre, sexo y metralla.
Es un presentimiento el que tengo, les digo, pero ya he tenido ese tipo de presagios antes que se han hecho historia. Año tras año lo veo, descubro lo tanto que hay que trabajar para persuadir al estudiante del valor de la literatura y el conocimiento que uno adquiere a través de su lectura. Porque en ella se leen las historias de todos, de cada uno de nosotros. Ya se han escrito las páginas que vivimos y las que estamos por vivir. El personaje solo tiene otro nombre, pero somos nosotros los protagonistas del la novela humana
Yo, por si son peras o son manzanas, sigo desde aquí, tratando de hacer milagros con una materia que requiere de una atención hoy poco cotidiana para apreciar su grandeza. ¿Podrá derrotar el arte de Cervantes en un vuelco de los tiempos a la fuerza de los molinos del meme social? ¿seremos mi materia y yo personajes que llenan el baúl de los recuerdos?
Lo último es lo que presiento.
¿Le ha gustado el artículo sobre la literatura?
Espero que sí, y que le den ganas de seguir leyendo textos míos, como mi última novela Cuénteme, compadre. Sortilegios del “Combebio” que actualmente tengo a la venta en esta misma web y que a continuación le doy la psoibilidad de comprar.
Para mí sería un honor que se adentrara en sus páginas y que la pasión que a mí me embargó escribiéndola le invada y le acompañe durante toda la ficticia travesía.
Espero no tome a mal mi atrevimiento, querido lector, no es mi intención avasallarle, todo lo contrario, sólo espero ofrecerle un pedacito de mi felicidad.
Con cariño infinito.
El autor.