La polifacética escritora uruguaya ilustra esta novela corta con inquietantes piezas digitales en blanco y negro con una fuerte esencia a aguadas o acuarelas usando las texturas que provoca el pigmento al chocar con una base líquida, tendiendo a expandirse, generando esas características manchas que se agrietan al verse absorbidas por el papel. Es un efecto conseguido con una de las muchas herramientas que facilitan los programas de dibujo y retoque fotográfico, como la del estarcido o salpicado o la difuminación de formas.
Carolina pone todas estas técnicas al servicio de una visión original y personalísima, en la que la oscuridad ejerce de cicierone a la tristeza. Pues si algo tienen estas ilustraciones es que son capaces de darnos a probar el pesar y el dolor, convirtiéndose en un aliado sensacional para su estilo literario, el cual convierte cada capítulo en una suerte de microcuentos en los que intenta poner toda la carne en el asador, haciendo de este libro un proyecto arriesgado, valiente, y en cierto punto transgresor.
La gloria es de los audaces, y buscar la gloria en un océano de libros como es el actual, con unos condicionantes a la hora de visualizarse y proponerse como el que hay hoy día, es fresco y sienta realmente bien, y nos deja la esperanza de que hay artistas que no se conforman con ponerse la etiqueta y decir que lo son en las redes sociales, sino que ponen todo su empeño en demostrar que tienen algo diferente que mostrarle al mundo, y en Carolina hay una especie de neoexpresionismo digital que está gritando por salir de su anonimato.